De los Pueblos Indígenas al Pueblo de Palestina

Como Pueblos Indígenas hemos vivido en carne propia los horrores de las invasiones y las colonizaciones, los abusos de quienes se consideran los dueños del mundo y de nuestros destinos. Palestina

Como Pueblos Indígenas hemos vivido en carne propia los horrores de las invasiones y las colonizaciones, los abusos de quienes se consideran los dueños del mundo y de nuestros destinos. Hemos padecido por siglos las consecuencias de sus deseos de riqueza y acaparamiento, sus macabros planes de ‘limpieza étnica’, impuestos a punta de fuego, basados en una supuesta superioridad racial y en nombre de conceptos que consideran primigenios. No podemos entonces mirar para otro lado cuando se lleva a cabo un exterminio focalizado sobre un pueblo específico. 

Nuestros corazones, nuestra Palabra de Vida y la fuerza que en nosotros ha germinado del dolor las dirigimos hoy al Pueblo de Palestina.

No solo se trata del horror de la colonización y de la furia de la pólvora; las familias palestinas de Gaza y Cisjordania han tenido que sufrir la hipocresía y la indiferencia de la mayor parte de los países occidentales. ¡Con cuánta tibieza, con cuánto cálculo, los jefes de Estado de Occidente le sugieren al Gobierno asesino de Israel tratar de no lastimar a la población civil de Gaza, cuando a las claras podemos ver, en tiempo real, la gran masacre que se está llevando a cabo en suelo palestino, bajo la floja excusa de la legítima defensa!

La prensa, por su lado, hace lo suyo. Las grandes cadenas de medios, financiadas por los mismos emporios colonizadores que van detrás de la riqueza de los territorios, no logran disimular de manera convincente los intereses de sus patrones. Venden un relato amañado, superfluo, que pasa por alto las verdaderas causas de las violentas y terribles reacciones de la resistencia palestina, lavándole la cara, de paso, a la máquina exterminadora del Gobierno de Israel.  

Hace pocos días, Noticias Caracol, por ejemplo, presentaba una estadística de las víctimas de la guerra. Sin escrúpulo alguno, anotaban que la guerra había dejado “8.800 muertos”, “22.000 heridos”, “1.400 israelíes asesinados” y “240 israelíes rehenes”. Mágicamente, en la manera de presentar sus cifras, desapareció cualquier alusión a las víctimas palestinas. No existían ni la nación palestina, ni el territorio de Gaza, ni los niños y niñas despedazados por los misiles israelíes, ni la gente palestina atrapada entre los escombros, ni los bombardeos sobre hospitales, campos de refugiados y rutas de evacuación, ni la expulsión de Israel de miles de trabajadores gazatíes y cisjordanos. Para esta prensa solo se trataba de “muertos”, a secas. Quizás simplemente efectos colaterales. 

Nosotros, los Pueblos Indígenas, hijos de la tierra y del Padre Creador, hemos sabido de anonimatos, de indiferencias, de olvidos. También la violencia que ha caído sobre nuestros pueblos y nuestros líderes han sido disimuladas o anuladas de los relatos de los medios de comunicación. No hay una conciencia ni un conocimiento sustancial de lo que ha sucedido en nuestros territorios, de las masacres y desplazamientos que hemos padecido tanto en el pasado distante como en el reciente. 

Si preguntáramos a diez transeúntes al azar, por ejemplo, si saben qué pasó en el occidente amazónico bajo el dominio de la Casa Arana, en la primera mitad del siglo XX, apenas uno o dos de ellos tendrían una vaga idea del horrendo exterminio que vivieron nuestros mayores y mayoras: la tortura, la esclavitud y los cerca de cien mil asesinatos a manos de colonos y capataces de la industria cauchera. Y así pasaría con las otras tantas masacres vividas a lo largo y ancho del país, al cabo de más de 500 años. El ocultamiento es una de las artes más acabadas de los canales informativos de las grandes corporaciones. 

Sabiendo entonces lo que significa ser agredidos, desplazados, asesinados, y luego invisibilizados y olvidados, no podemos soportar que este mismo ultraje recaiga sobre otros pueblos. Lo que sucede en Palestina no es otra cosa que un genocidio, con todas sus letras: la intensificación de un exterminio largamente programado, justificado una vez más en relatos bíblicos y terribles ideas supremacistas. Ante este escenario vergonzoso:

¡Los Pueblos Indígenas de Colombia
queremos elevar una voz de apoyo absoluto e irreductible
al Pueblo Palestino, que está siendo masacrado
de manera irracional por el Estado de Israel! 

Ahora bien, rechazamos, de manera tajante, cualquier ataque terrorista que afecte la población civil de cualquier nación. Enviamos un mensaje de solidaridad y acompañamiento a las familias israelíes y de otras naciones que padecieron el terrible e inmisericorde ataque de Hamas el pasado mes de octubre. Nada de esto debería suceder. Nos llena de dolor. Es una nueva vergüenza para la historia de la humanidad. 

Frente a ello, en todo caso, sabemos reconocer las causas y circunstancias que generaron tanto esta como otras respuestas violentas del pasado. Entre las consecuencias posibles de un colonialismo asfixiante, vivido por tres generaciones de palestinos, no podía no activarse la rabia y la reacción bestial de una parte de la población gazatí. No queremos aquí liberar de responsabilidad a quienes cometen crímenes tan escabrosos como los de sus propios verdugos, pero sí queremos hacer un llamado a la comprensión de la realidad. Los abusos y humillaciones sufridas por una población empobrecida no iban a engendrar sino ira y nuevas violencias, que recaerían otra vez, y otra vez, sobre gentes inocentes.   

En estos momentos, no solo sentimos dolor y tristeza frente a los hechos perpetrados por Hamas, y frente al exterminio y la humillación que ha recaído sobre la población palestina durante más de setenta años, sino que vemos con preocupación las consecuencias que estos eventos puedan dejar sobre las siguientes generaciones. Lo sabemos por haberlo vivido. Son tan hondas las heridas de un pueblo mutilado, que pueden pasar cien y doscientos años sin que este llegue a superar del todo los viejos dolores, la pesadilla de haber sido exterminado. 

Las consecuencias de la agresión que está soportando Palestina podrán ir desde la tristeza y el nihilismo más agudo, hasta la pérdida absoluta de la compasión y un deseo irreversible de venganza. Lo más probable vendrá a ser que una importante porción de los sobrevivientes busquen de una manera denodada hacer el mayor daño posible a sus verdugos o a la población representada por estos. Por otro lado, si el sionismo cumpliera con su cometido: el de hacerse con todo el territorio palestino y acabar por completo con su población, ante los ojos del mundo entero y la indiferencia de los gobiernos más poderosos, ¿qué nos quedaría pensar de nosotros mismos como seres humanos?, ¿qué nos diríamos?  

La brutalidad, la hipocresía y la mentira parecen no tener ningún límite en el ser humano. Los horrores y los terribles crímenes del pasado no parecieran haberle enseñado nada a nuestra especie, que repite una y otra vez su ciclo de muerte y desolación sin sentido. La vida no vale nada para los hombres poderosos. Juegan a ser dioses, juegan sus guerras y calculan sus triunfos en números abstractos, sin considerar que el sufrimiento de un solo niño, de una sola madre, de un solo padre, sería ya una razón suficiente para detener su absurda maquinaria de guerra.

El panorama es verdaderamente desolador. Es inadmisible que el destino de tanta gente esté en manos de hombres irreflexivos, vanidosos, antipáticos e ignorantes. Políticos al servicio de las corporaciones, o de sus propios deseos desbordados de poder. Gente que no duda en dar una orden asesina, desproporcionada e inmisericorde. De repente, con una sola de sus palabras deciden poner fin a la vida de miles de personas inocentes, y por ahí mismo al espíritu de una cultura, la tradición de numerosas generaciones. Y lo que es peor, en el caso que estamos observando, manchando la memoria del dolor y la miseria de sus antepasados: aquellos que vivieron un infierno equivalente al que ahora varios de sus hijos han provocado.

Nos hemos venido preguntando cuál será el momento en que la comunidad internacional reaccione y ponga freno a una masacre evidente, que envilece, una vez más, nuestra historia y nuestra humanidad. Europa, ahora mismo, tendrá un nuevo motivo para su inmanente sentimiento de culpa. Si se han llegado a avergonzar de los crímenes que perpetraron o permitieron en América, en África, en Asia o en su mismo territorio, deberán irse preparando entonces para esta nueva mancha en sus conciencias. 

Que los presidentes de Europa y Estados Unidos salgan a decirle al Gobierno de Israel que tenga cuidado con los civiles, es como pedirle a un pirómano que, al quemar el bosque, cuide de que los pájaros no salgan lastimados, con el agravante de estarles proporcionando ellos mismos el combustible y las cerillas. ¡Los poderosos haciendo el mismo teatro de siempre!, moralizando y al mismo tiempo no haciendo nada para frenar el horror. 

Los fines de Netanyahu y sus secuaces son evidentes: arrasar Gaza, devastarla hasta que no quede piedra sobre piedra, bombardear a sus habitantes, cercarlos, agotarlos, extinguirlos. ¿Qué otra prueba necesita Occidente para intervenir, frenar los ataques, apresar la cúpula política de Israel y llevar a sus miembros a la Corte Penal Internacional, para que esta los juzgue por sus crímenes feroces? Los cálculos políticos y económicos de los países poderosos, a costa de miles de vidas humanas, del sufrimiento de niños y niñas, son simplemente inadmisibles. 

En esa línea, reconocemos la dignidad del presidente Gustavo Petro, que ha sido acaso el mandatario que ha condenado con mayor energía, sin ambages, sin matices, la criminalidad del Gobierno de Israel, ganándose, por demás, el señalamiento de ser un hombre “antisemita” por parte de ese sector de la prensa y de la derecha que parecieran haber perdido ya su alma para siempre. 

¿Cómo puede acusarse a alguien de antisemita por hacer un llamado a la justicia, por solidarizarse con un pueblo al que le cercenan cientos de vidas cada jornada? Lo mismo les ha ocurrido a otros líderes continentales o mundiales, como es el caso de la ministra española Ione Belarra, o el del secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres: se les ha acusado de cohonestar con el terrorismo simplemente por haber señalado los crímenes de guerra que se están cometiendo desde Israel. 

De esta orilla, como es razonable, nos alineamos con los líderes y sectores de la sociedad que hacen un llamado urgente a detener la masacre sobre Palestina. Ya hay un daño irreversible, ya se cometieron unos crímenes abominables, ya se lastimó de manera profunda al Pueblo de Palestina. En todo caso, todavía podrían salvarse las vidas que no han sido arrasadas por la furia israelí. El ejército de Netanyahu ha matado a miles de niños y niñas. Hay otros miles a los que aún no han alcanzado los misiles; estos deberían ser puestos a salvo, y sus perseguidores deberían ser juzgados por sus crímenes de guerra y encarcelados como lo ordena el Derecho Internacional. 

Los Pueblos Indígenas nos orientamos por la Palabra de Vida. Hoy la ponemos a disposición de la sociedad colombiana y de toda la especie humana, para que entendamos de manera definitiva nuestras responsabilidades con todas las formas de vida, en especial con nuestras hermanas y hermanos de todos los pueblos.

Instamos a los dirigentes del mundo a que detengan sus crímenes, que cesen en su complicidad, y a los medios de comunicación hegemónicos a que contengan su hipocresía y sus mentiras. El mundo no merece esta guerra que están provocando. El Pueblo Palestino no tiene por qué ser exterminado.        

 

Por Secretaría Técnica Indígena MPC

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